Reflexión de un Gamer de 40 Años


A todos los que leen esto, quiero compartirles una historia que puede sonarles familiar, pero que, al mirar hacia atrás, me hubiera gustado escuchar antes. Tengo 40 años, y he pasado una gran parte de mi vida sumergido en los videojuegos. Probé de todo, pero especialmente Dota 1 y Dota 2 fueron los que realmente me atraparon. Eran más que un pasatiempo; eran mi escape, mi pasión y, con el tiempo, casi mi identidad.

Recuerdo noches enteras frente a la pantalla, estrategias intensas, momentos de pura adrenalina y esa satisfacción de ganar una partida después de horas de esfuerzo. Pero también recuerdo algo más profundo: el vacío que venía después, cuando las luces de la pantalla se apagaban y el mundo real me recordaba que había algo que estaba dejando atrás… algo irremplazable.

El tiempo que pasé en los videojuegos fue tiempo que le quité a cosas fundamentales en mi vida. Descuidé mis estudios, mis metas y mi propio crecimiento. Cada partida, cada nivel, me daba una sensación de logro temporal, pero al final, no construía nada que pudiera sostener mi vida en el mundo real. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de todo lo que podría haber alcanzado si hubiera invertido ese tiempo en aprender, en mejorar mis habilidades y en perseguir metas que realmente me hicieran crecer como persona.

Quizás eres joven y sientes que el tiempo está de tu lado. Quizás piensas que siempre habrá más oportunidades para estudiar, para desarrollar tus habilidades y para perseguir tus sueños. Pero te lo digo desde mi experiencia: el tiempo pasa, y no hay manera de retrocederlo. Cada momento que decides pasar en un mundo virtual es un momento que podrías estar usando para construir algo en el mundo real. Y eso, con los años, se acumula y deja una huella en tu vida.

Si pudiera hablar con mi yo más joven, le diría: los videojuegos pueden darte mucha diversión y momentos memorables, pero no permitas que se conviertan en tu única realidad. La vida fuera de la pantalla también tiene desafíos, logros, e incluso victorias que puedes alcanzar, pero esas victorias requieren esfuerzo, constancia y, sobre todo, tiempo.

¿Te has puesto a pensar qué quieres ser dentro de diez años? ¿Qué metas quieres alcanzar en la vida real? ¿Qué huella quieres dejar en el mundo y en las personas que te rodean? Los videojuegos estarán siempre ahí, pero las oportunidades en el mundo real no esperan. Hay metas, sueños y caminos que requieren de tu esfuerzo y dedicación hoy, no mañana, no después de “una partida más”.

La vida, al igual que un juego, también tiene niveles de dificultad y desafíos. Pero la gran diferencia es que aquí no hay una opción de reiniciar, no puedes recargar una partida guardada. Tienes una sola oportunidad de hacer que cada día cuente. Y créeme, las victorias en la vida real tienen un sabor mucho más profundo y duradero que cualquier logro virtual.

Hoy en día, he aprendido a equilibrar mi tiempo. Los videojuegos siguen siendo parte de mi vida, pero ya no son mi mundo. Ahora trabajo por mis metas, dedico tiempo a mis estudios y a las personas que amo. He aprendido a valorar el tiempo y a entender que, aunque las pantallas nos ofrecen un escape, la verdadera aventura es la de construir una vida plena y significativa.

A ti, joven que estás leyendo esto, te animo a que tomes mi experiencia como una advertencia amable. Disfruta de los videojuegos, pero no permitas que se conviertan en una prisión invisible. Da pasos, aunque sean pequeños, hacia tus metas reales. Construye una vida de la que te sientas orgulloso y no tengas miedo de desafiarte fuera de la pantalla. Porque al final del día, lo que haces en el mundo real es lo que verdaderamente importa y es lo que va a definir quién eres y el legado que dejarás.

Que esta reflexión te inspire a valorar el tiempo y a invertirlo sabiamente, para que cuando llegues a mis años, mires atrás y sientas orgullo, satisfacción y paz, sabiendo que aprovechaste cada oportunidad para crecer y construir una vida que realmente vale la pena.