Es doloroso y terrible ver semejante obra maestra salpicada por los pecados de la codicia de los cuatro subnormales del traje de siempre que todo lo tocan y todo lo joden. Sería suficientemente malo si el título fuera una mierda, o mediocre, o no viviera a los estándares del género y la franquicia. Pero no es así. Después de finalizar el último capítulo, sinceramente no tengo palabras para describir esta aventura.

Metro Exodus coge el paradigma del mundo post-apocalíptico de Dimitri G. y lo expande en todas direcciones y en todas dimensiones. Nos presenta una aventura intricada, llena de misterios apasionantes que despiertan en el jugador una curiosidad como pocos saben hacer. A través del entero recorrido, Exodus nos ofrece una montaña rusa de emociones, que nos hará reir y llorar, tener miedo y sentirnos valientes, servir venganza y recibir perdón. Con una mezcla brillante de niveles semiabiertos y otros cuantos al estilo más clásico, los desarrolladores consiguen hilar una épica epopeya en la que no hay espadas ni armaduras brillantes, sino petos herrumbrosos, máscaras de gas y armas desconchadas de producción manual.

Esta entrega de Metro consigue desvelar muchos misterios de la rusia post-nuclear, a la vez que mantiene el aire de intriga sobre otros muchos interrogantes del nuevo mundo: ¿Dónde están las fuerzas de ocupación? ¿Qué pasó con el resto del mundo? ¿Existe algún lugar libre de la radiacción? ¿Qué ocurrió con el gobierno?
Como una novela de calidad, desde el principio hasta los mismísimos últimos minutos, el juego consigue de alguna forma meterse en tu piel. No hay cabida para la monotonía ni siquiera en todas las tareas secundarias que puedes llevar a cabo y desprende constantemente un aura de producto cuidado, en el que se ha puesto el alma y el corazón de mucha gente.

Hacía mucho tiempo (desgraciadamente cada vez más) que no disfrutaba de un título tanto como Metro Exodus. Recomiendo a todo el mundo esperar el año de gracia y comprarlo cuando por fin lo suelten de su secuestro en Steam.

Por supuesto, espero que el hipócrita de Tim Sweeny y su mierda de storefront se hundan en la más profunda miseria arrastrando en su descenso a Koch Media.

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El survival es un género extraño.
Por un lado, hay una gran cantidad de gente a la que parece encantarle: es lógico, por supuesto, puesto que es un género que apela a la esencia misma de nuestra existencia como humanos y esos cables primitivos que aún nos unen a lo que vivieron nuestros ancestros hace miles de años.
Hay algo extrañamente satisfactorio en los títulos que te permiten llegar a una tierra virgen y transformarla a tu antojo; en construir una pequeña ciudad con tus amigos, talar, cortar, picar piedra, y explorar un mundo extraño y desconocido.

Por otro lado, es un género del que se han intentado infinidad de interacciones, pero la mayoría de ellas a cargo de estudios pequeños, normalmente dentro de la escena indie o ‘medio indie’.
Las grandes corporaciones parecen mucho más interesadas en que triunfen los Battle Royales, ya que son juegos mucho más sencillos de producir, y sobre todo, muchísimo más sencillos de hacer Free to Play y dividir en microtransacciones.
La gran ironía por supuesto, es la cantidad de Battle Royales creados con exclusivo ánimo de lucro que se han muerto sin recobrar una ínfima parte del desarrollo mientras Valheim, que ha sido creado con el corazón y poniendo la monetización como un apéndice secundario, ha catapultado al estudio con cientos de miles de euros, sin necesidad de DLC, o de cobrar por cada cosa bonita que el juego tenga. Qué locura, ¿verdad?

Ahora con respecto al juego: voy a hablar maravillas de él y del estudio que lo respalda, a pesar de haber cometido el grave error de elegir como sus publishers a Coffee Stain, uno de los estudios más repugnantes y lamebotas de Epic Games que ha pisado la Tierra.
Iron Gate, no tenéis la culpa, y os aprecio por ello.

Valheim nos ofrece un giro a la clásica experiencia multijugador de la que ya hicieran sus pinitos otros títulos antes, pero bajo un contexto muy particular: el de ser un vikingo muerto, que debe labrarse una reputación en la antesala del Valhalla, sobreviviendo y asesinando grandes criaturas para que los dioses nórdicos abran sus puertas al festín eterno.
Este contexto, pone inteligentemente un elemento sobrenatural y mágico a un mundo que, a pesar de ello, funciona muy bien bajo sus propias reglas y en sus propias y asentadas bases.
De hecho, el transcurso de juego de Valheim está intrísecamente relacionado con la vida de un vikingo en si misma -la de colonizar tierras vírgenes, batallar contra lo desconocido, navegar en busca de islas y continentes donde seguir al acecho de la gloria y la muerte digna.

En este caso, el juego ofrece una experiencia cooperativa, que es un soplo de aire fresco respecto a lo que todo el género survival tiene que ofrecer; porque para un adulto con responsabilidades no es divertido vivir en el mismo servidor que un ruso quinceañero que puede jugar 23 horas al día si el objetivo es la mera competición.

Valheim ofrece una curiosa dicotomía entre la acción y la calma, permitiéndote enfrentarte a jefes peligrosos y a lugares inhóspitos y monstruos terribles, de la misma forma que te permite pasar media tarde dándole estabilidad a tu casa y montando unos techos, o un hall donde tomar cerveza. La progresión es extremadamente satisfactoria y la derrota de cada jefe te conduce a novedades importantes y recompensas que se sienten sólidas.
Es un juego, eso sí, que tiene grandes cantidades de grindeo, y cuyo avance es lento y parece más pensado para un grupo grande que para una persona individual. Por eso, el máximo partido se lo sacarás al título si dispones de un grupo de allegados con el que compartir tus andanzas.

Me gustaría añadir que Valheim tiene un tufillo a título ‘de antaño’, y se siente como volver a redescubrir los clásicos MMORPGs con los que todos crecimos, algo que si bien puede no ser plato de gusto de todo el mundo, para una gran cantidad de acérrimos seguidores de los videojuegos es considerada ‘la cereza sobre el pastel’.

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