*Nihilvelus.*
𝒍𝒂𝒖𝒕𝒓𝒆𝒄   Buenos Aires, Argentina
 
 
No existo.

James Sunderland lover

I got a letter.

The name on the envelope said 'Mary.'

My wife's name...

It's ridiculous, couldn't possibly be true...

That's what I keep telling myself...

A dead person can't write a letter.

Mary died of that damn disease three years ago.

So then why am I looking for her'

Our 'special place'...

What could she mean'

This whole town was our special place.

Does she mean the park on the lake'

We spent the whole day there.

Just the two of us, staring at the water.

Could Mary really be there'

Is she really alive... waiting for me'
Griffith
Desde mi punto de vista, un verdadero amigo jamás se apoya en las ambiciones de otro. Una persona con el potencial de ser mi verdadero amigo ha de ser capaz de luchar por sus sueños sin mi ayuda, y poner su alma y corazón en su propio objetivo, incluso si eso le hace pelear conmigo. Para mí, un verdadero amigo es quien me mira en igualdad de términos.

Griffith
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¿Para que estas vivo?
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Cordura.
Uno puede pasarse la vida diciéndose que la vida es lógica, prosaica y cuerda.
Sobre todo, cuerda. Y creo que así es. He tenido mucho tiempo para pensar en ello.
Y siempre vuelve a mi memoria la declaración de la señora Underwood antes de
morir: «Así, se entiende que cuando aumentamos el número de variables, los
axiomas en sí no sufren cambios.»
Estoy realmente convencido de ello.
Pienso, luego existo. Tengo vello en la cara, luego me afeito. Mi esposa y mi hijo
se encuentran en estado crítico tras un accidente de coche, luego rezo. Todo es
lógico, todo es cuerdo. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, de modo que
ponme un cigarrillo en la izquierda, una cerveza en la derecha, sintoniza Starsky y
Hutch y escucha esa nota suave y armoniosa que es el universo dando vueltas
tranquilamente en su giroscopio celestial. Lógica y cordura. Como la coca-cola, la
vida es así.
Sin embargo, como tan bien saben la Warner Brothers, John D. MacDonaId y la
Long Island Dragway, existe un Mr. Hyde para cada feliz rostro de doctor Jekyll, una
cara oscura al otro lado del espejo. El cerebro tras esa cara nunca ha oído hablar de
hojas de afeitar, plegarias o la lógica del universo. Vuelves de lado ese espejo y ves
tu rostro reflejado con una siniestra mueca, medio loca, medio cuerda. Los
astrónomos denominan a la línea entre la luz y la oscuridad «el terminador».
El otro lado del espejo demuestra que el universo tiene la lógica de un chiquillo
vestido de vaquero en la noche de Halloween, con las tripas y la bolsa de caramelos
esparcidas a lo largo de un kilómetro de la Interestatal 95. Es la lógica del napalm, la
paranoia, las bombas en la maleta de esos árabes felices, el carcinoma fortuito. Esta
lógica se devora a sí misma e indica que la vida es un mono sobre un palo, que gira
histérica y errática como esa moneda que se lanza al aire para decidir quién paga el
almuerzo.
Nadie mira ese otro lado a menos que sea preciso, y lo entiendo perfectamente.
Uno lo mira si un borracho sube a su coche en plena autopista, pone el vehículo a
ciento sesenta y empieza a balbucear que su mujer le ha abandonado; uno lo mira si
un tipo decide cruzar Indiana disparando contra los chicos que van en bicicleta; uno
lo mira si su hermana dice «bajo un momento a la tienda y vuelvo», y la mata una
bala perdida en un asalto. Uno lo mira cuando oye hablar a su padre de cortar la
nariz a mamá.
Es una ruleta, y quien afirme que el juego está manipulado no hace más que
lamentarse. No importa cuántos números haya, el principio de esa bolita blanca no
sufre cambios. No digáis que es absurdo; es todo muy lógico y cuerdo.
Y esa naturaleza extraña no sólo se halla en el exterior, sino también dentro de
uno, en este mismo instante, creciendo en la oscuridad como un puñado de setas
mágicas. Llámala la «Cosa del Sótano» o el «Zorro de las Melodías Animadas». Yo
lo concibo como mi dinosaurio privado, enorme, viscoso y lerdo, que recorre a
trompicones los hediondos pantanos de mi subconsciente sin encontrar nunca un
hoyo de brea lo bastante grande para caber en él.
Pero ése soy yo, y había empezado a hablaros de esos brillantes alumnos de la
escuela que, metafóricamente hablando, bajaron a la tienda para comprar leche y
terminaron en medio de un robo a mano armada. Soy un caso documentado, carnaza de rutina para las rotativas de los periódicos. Me han concedido cincuenta
segundos en el noticiario de más audiencia y una columna y media en el Time. Y
aquí me encuentro, ante vosotros (metafóricamente hablando, otra vez), y os
aseguro que estoy totalmente cuerdo. Es cierto que me falta algún tornillo ahí arriba,
pero todo lo demás funciona perfectamente, muchas gracias.
Así pues, ellos. ¿Qué entendéis por «ellos»? Hemos de estudiar ese punto, ¿no
os parece?
«¿Tiene usted un pase de administración, señor Decker?», me preguntó ella.
«Sí», respondí, y saqué la pistola del cinto.
Ni siquiera sabía con certeza si estaba cargada hasta que sonó el disparo. Le di
en la cabeza. La señora Underwood no llegó a enterarse de qué le había sucedido,
estoy seguro. Cayó de lado sobre el escritorio y luego rodó hasta el suelo. Y aquella
expresión expectante jamás se borró de su rostro.
Yo soy el cuerdo, soy el crupier, el tipo que lanza la bola en dirección contraria al
giro de la rueda. ¿Y el individuo que apuesta su dinero a pares o nones? ¿Y la chica
que se juega los cuartos a negro o rojo...? ¿Qué hay de ellos?
No existe medida de tiempo que exprese la esencia de nuestra vida, que mida el
tiempo entre la explosión del plomo en el orificio del cañón y el impacto en la carne,
entre el impacto y la oscuridad. Sólo hay una inútil repetición instantánea que no
demuestra nada nuevo.
Disparé, ella cayó, y se produjo un silencio indescriptible, un lapso infinito, y
todos retrocedimos un paso, contemplando cómo la bola daba vueltas y vueltas,
saltando, vacilando, relampagueando un instante y siguiendo su marcha, cara o
cruz, rojo o negro, pares o nones.
Creo que ese momento terminó. De veras lo creo. No obstante a veces, en la
oscuridad, pienso que ese espantoso momento fortuito y casual todavía dura, que la
rueda aún gira, y que todo lo demás ha sido un sueño.
¿Cómo debe ser la caída desde lo alto de un precipicio para el suicida? Creo que
debe de experimentar una sensación de cordura. Probablemente por eso gritan
hasta el instante de estrellarse contra el fondo.
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AbajoElComunismo 29 Nov @ 2:09pm 
porteño mugriento
burzum 28 Nov @ 2:58pm 
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Shinitagari 7 Oct @ 8:37am 
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El vengador de quilmes 9 Sep @ 9:10pm 
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Nuitcismus 7 Sep @ 9:46am 
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76561199565255640 5 Sep @ 5:51am 
El que sabe sabrá y el que no nunca supo.